diumenge, 28 de maig del 2017



MADUREZ, HUMANO TESORO 


Comienzo a conocer esa edad en la que según qué escalones, en según 
qué huesos, muerden al subir, o al bajar. Esa edad donde las articulaciones 
no siempre se articulan como lo hacían antes, y descubro que el simple 
hecho de caminar es un bien que, algún día, sencillamente no será. 

Esta noche no anochezco en mi casa de siempre, y desde esta ventana 
que da a un pequeño parque veo pasar a una mujer bajo los árboles. 
Ha subido un bordillo con serena agilidad (ella también está 
entrando en esa edad) y sigue adelante. 

Y me siento cansado y me sorprendo pensando que, alguna 
otra noche, no podré fijarme en un gesto así, porque ya tendré 
esa otra edad en la que, sencillamente, no respirará 
nadie en lo que ahora soy. 





Saber que desapareceré, que algún día no estaré, me da calma, 
me da paz. No necesito pensarlo, ni casi sentirlo. Es una certeza 
sin ecos, ni huecos, ni escaleras... Sí, algún día no estaré. 

Y observo esta noche que avanza sin prisa y sin casi gente ya 
en la calle, y pienso que si me siento así, cansado, es porque 
he caminado mucho. Y muy a contracorriente, y muchos 
pasos amados se alejaron ya de los míos para 
esconderse en el río de la corriente... 

Y es que comienzo a conocer esa edad 
en la que según qué huesos, en según qué 
baches, se alegran desvergonzados de ser 
como son, por más solos que estén. 

Y me sonríen, porque saben que 
van a seguir caminando conmigo. 
Hasta la última noche. 





Ximo Segarra